Cada any quan arriba l’estiu amb ve a la memòria el tràgic accident de la nit de Sant Joan del 2010 a Castelldefels, quan un grup de nois i noies joves van morir al creuar les vies del tren.
Recordo amb especial emoció l’article que aleshores va escriure la Pilar Rahola i que avui he recuperat.
Un paso subterráneo quizás demasiado pequeño para una noche de verbena. Dicen que un concejal ya había avisado… Un paso elevado cerrado. Los vecinos se habían quejado…
Un tren que pitó o no pitó o no se sabe. Lo cuentan los supervivientes…
Unos jóvenes que vivían su euforia de Sant Joan, sin recordar que la vida no
es eterna. Una administración que dice que había hecho lo correcto, pero…
Unas personas que no parece que hicieran lo correcto, pero… Y de golpe,
en una noche de luna bella, con el verano pidiendo permiso para alentar
nuestras euforias, con la fiesta en la piel, trece personas encontraron la
muerte en la vía del tren. Una muerte rabiosa, evitable, una muerte, como todas, definitiva. Y de golpe, en un instante, los llantos sustituyeron a las risas, y el dolor de sus familias se convirtió en un quejío que atravesó las paredes. Recuerdo la frase del padre de un joven muerto en un accidente de coche: “La muerte de un hijo es lo más cercano a la propia muerte”. Y la sola idea de ese dolor inmenso aterroriza mis peores pesadillas. ¿Se puede perder así a un hijo? ¿Se puede segar tan limpiamente, ¡zas!, el tiempo de una persona que tenía todo el tiempo por delante, sus sueños, sus primeros amores, el trabajo que empezaba, los estudios que culminaba, la vida en plenitud? Se puede, porque la muerte no sabe de proyectos, ni emociones, ni pide permiso. Sólo llega, y en una noche de Sant Joan, se lleva lo más querido. Y después… el horror de un vacío lleno
de ausencia…
Los días dirán si alguien tuvo alguna responsabilidad. Si algo no se hizo
bien desde los despachos donde se planifican las logísticas de la vida compartida. Si Renfe está libre de culpa. No tengo ni idea, y no quiero apuntarme al pim pam pum de los ataques improvisados, ni al mercadeo político deseoso de carne electoral, ni a la reacción estomacal que siempre nubla el sentido. Solo diré que mueren demasiados en las vías del tren, y que eso, en el siglo de la alta tecnología, debería ser menos normal. Veremos, pues, qué nos depara la luz de este oscuro accidente. Pero en paralelo, también tendremos que analizar por qué es tan fácil ser inconsciente, por qué jugamos a la ruleta con nuestra vida, como si no hubiera balas en el cargador, como si no estuvieran dispuestas a salir y destrozarnos el cráneo. La administración es responsable de nuestra seguridad logística, y a ella hay que elevar la lupa de la investigación. Pero cada persona es responsable de su propia seguridad vital, y esa responsabilidad que nos acompaña a lo largo del camino no siempre está alerta. Muy al contrario, la vida a veces se vive con una tremenda inconsciencia, como si el riesgo innecesario formara parte del manual. Y es entonces cuando la muerte, esa vigía incansable, nos asalta y nos vence. A partir de ese instante, sólo queda el dolor, el desconcierto y el llanto.
Pilar Rahola – La Vanguardia 26/06/2010